A unas horas de la audiencia y de su cuasiinminente prisión preventiva (quizá no de 36 meses, pero sí de, mínimamente, 9 meses), Keiko Fujimori recién se da cuenta de que hizo mal, de que actuó irresponsablemente con el efímero poder político que el grupo de congresistas de Fuerza Popular le han otorgado (por sumisión, por deuda, por miedo, o por una combinación de estos).
Extirpó a todo ministro incómodo para las agendas de lobbies religiosos y conservadores, destruyó gabinetes enteros por puro capricho y destronó al presidente, a ese débil de carácter que tuvimos como representante (que nos traicionó al liberar, en vano, al condenado de su padre) que fue también traicionado por ella. Y lo hizo precisamente con todas esas herramientas constitucionales que alguna vez nuestra sociedad, en un intento de regular el poder, impuso.
Es cierto, no ganó; pero maltrató a gusto a todo aquello que se le oponía, atropelló abruptamente a su oposición, procesó a su propia familia (Circe, la diosa de la mentira y traición estaría orgullosa de ella), dejó encerrado a su padre por miedo a la competencia (sí, siempre tuvo el poder para dejarlo en libertad), le dio la espalda a los suyos (señor Reátegui, su iPhone promete), e insultó la inteligencia de los peruanos al convocar y llevar a personas impresentables a que sean nuestros representantes (esos que fielmente pagan su diezmo). Pudo más su ego que cualquier mínimo raciocinio colectivo dictaría: el bienestar y crecimiento del país.
Ahora hace cambios desesperados, cambia voceras, exige renuncias, finge sollozos y en su última conferencia pide diálogo, pide solución, pide conciliación entre los grupos políticos. Recién siente que el poder político de ese grupo de desagradables congresistas fue gaseoso y el viento de la justicia lo disipa cada día que pasa (¡gracias, Carhuancho! ¡Gracias, José Domingo!).
Ante el temor de que el barco siga teniendo fugas (de esos congresistas fujimoristas que nunca se escuchan, que casi ni hablan, que no saben lo que hacen, pero obedecen fielmente y pon poco criterio) ahora anuncia que habrá reorganización. Y mientras más cuellos blancos caen (aunque de conciencias sucias), más ajena está de toda protección judicial; si antes pateaba cualquier tablero en el juego de la justicia, hoy mueve delicadamente las piezas de esa jenga a punto de caerse.
Quizá sea nuevamente suspendida o quizá quede tras los barrotes, pero mañana muchos estaremos atentos a su audiencia. Disfrutaremos, también, escuchar los argumentos que presentarán y cómo la justicia actúa sobre quienes tanto daño le hacen a nuestro país, ese que Miguel Grau tanto defendió, ese que Gonzales Prada tanto declamó, es que por el que el Taita Cáceres tanto luchó, ese… al que queremos tanto.